Deja la soledad para el uso exclusivo
de los poetas devastados
y los filósofos en ruinas.
«¡Estoy solo y medito!», se gallardea el búho,
muy arropado en su lujosa noche.
Pero el cóndor sereno de los Andes,
erguido en su montaña y al sol de mediodía,
reflexiona en silencio: «La soledad no existe».
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