"...Yo la dejaba subir más y más, y, de pie en mi mano, ella batía las alas y me gritaba a mí que había quedado abajo: 'Aquí es magnífico', en la ignorancia de que era yo el autor de su ligereza, yo el dador de esa soberbia de pensamiento, que era su fe en mí lo que la hacía caminar sobre el agua, y yo la aclamaba y ella aceptaba mi aclamación"
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