Qué bueno es poder sentarse a escribir dijo un amigo y ya no sugirió más.
Entonces me puse a pensar en la nobleza del texto.
Antes, cuando pensaba que la inspiración corría por cuenta de la angustia, participé absolutamente de la ausencia de las notas.
Dónde siento placer, sino aquí.
A quién escribo sino a mí.
El acto narcisista de verse a uno mismo reflejado en el relato también constituye una identidad, es por eso que me arrojo a las líneas que antes había desechado, ¿por qué?
Quién necesita de la expresión primera del texto, sabiéndose primero en el sentimiento, dando a aquel un protagonismo absoluto, que ya acaba con todo tipo de expresión segunda.
Así hoy, desde mis tensas facilidades por sentarme tras lo mutuo que expira, he repuesto mis ánimos de esta actividad tan absorbente como fantástica.
Son las 5:31 y el silencio es un gran proveedor. Quién entendería este placer?
Será el silencio que inevitablemente se transformará en forma? O quizá yo mismo que reincida en estas líneas?
Pues más allá de toda suposición de recepción yo me acabo en estas líneas; y qué más puedo pedir.
Entonces, para acabar, bien digo, me alojo en todas mis memorias que no dejan de aproximarse sin mediar riesgo y así puedo enfrentar todo letargo de silencio, y me refiero ya no al silencio que me acompaña, sino al silencio que estoy construyendo
En fin, acabo. Para qué? Para quién?
Un ejercicio.
Un fruto más de la armonía que opaca toda reminiscencia.
Necesaria.
Ser.
Al fin.